Acostada, y en la cama de mis viejos, y pensando.
Mientras el baion, me mira, desde la cómoda, pestañea culpa del control remoto y de mi incontenible ansiedad. Eso es tener poder loco. Control remoto en mano y pasas a convertirte en el centro de todo, manejadora de situaciones.
Indiferente, Salto de un lugar a otro. Cuando no me banco la imagen, la cambio. Que patéticos somos, pienso de nuevo, para esta humanidad, el futuro es una tecla.
Ayer (acostada) me di cuenta de que es el único aparato que más horas pasa prendido en casa, más que la plancha, el ventilador, la computadora, y demás elementos que funcionan a electricidad y cumplen su función en el hogar. (Mi vieja queda exceptuada, por eso aclaro lo de “elementosquefuncionanaelectricidad”)
Miró a mi hermana, tan chiquita ya y tan anestesiada, con la boca abierta y los ojos fijos, atentos mirando la pantalla, los colores. Un cuelgue. Estamos todos listos para recibir la dosis diaria, de realidad.
Alimento cultural que nos mandan a cucharadas, y por cable. La tele muchas veces no parece ser una cuestión de elección.
Me doy vergüenzas a veces. Por extraño que suene. Y contradictorio.
Aunque si lo pienso, más y mejor, lo que más vergüenza me genera, son las imágenes que voy pasando, canal a canal.
Chau, digo. Acabo de fumar. Estoy empezando a conectar con la caja boba. Caída libre.
Todo parece un thriller, un melodrama, un extracto de alguna de Lynch. Me da miedo.
Una vieja gorda boliviana es arrastrada de los pelos por un grupo de uniformados, el hijo, de unos 6 años, la persigue llorando. El patrullero se la traga. La sirena aúlla, se aleja. ¿Adónde carajo se la llevan? pregunto nomas, mera curiosidad de televidente. En el otro canal, una mujer, madura de unos treintaypiquitodeaños, linda, caucásica, trata de convencernos, de como te puede cambiar la vida con una nueva banda ancha de internet. En el siguiente, una mujer rubia, eterna como la humanidad misma, apronta los cubiertos, los afila, los deja listos para desarmar un plato exótico, caro y tirarnos sus mejores recetas para “aniquilar” la inseguridad y la pobreza. Otra escena, en otro canal: un hombre se envuelve con la bandera de argentina, pidiendo que los “usurpadores” se vuelvan a su país. Miro la insignia patriota, pienso en el sol incaico, de treinta y dos rayos, en la Patria Grande. En los pueblos hermanos.. El tipo, de la bandera, posa para la cámara de crónica, habla fuerte, seguro de si mismo, obtiene sus cinco minutos de fama, su “saludoparatodoslosqueloconocen”, su momento de gloria. Y lo vuelve a repetir, otra vez y a mi sus palabras me caen como un piano en la frente, “que se vayan a su país, que acá no los que-re-mos” . Que loco, el tipo tiene unas zapatillas Nike, bastante cancheras y en la remera se le divisan las iniciales de una marca re-top, pero extranjera obvio.
En fin, hubiese sido mejor, no prender la tele hoy, o prenderla, anclar en Utilizima satelital y mirarla a la Narda Lepes como corta los tomatitos cherrys en juliana, como me enseña a ser una cocinera cuul. Resumiendo, y luego de tanta Fasolofia , la cosa está así: ” Echarle la culpa a la tele, por tanta violencia es, solo una forma careta de sacarnos la responsabilidad de tanta violencia generada. Las contradicciones de la tele son, como postales de terror, que mamamos a diario, hecho que que nos genera además una suerte de morbo “amo-esclavo”, el plus de querer ver siempre un poco más. Y si el combo viene con dolor, angustia, odio, culos, tetas, tangas. Mejor y más lindo
Fasolofia pura en estado de proyección, pero esto lo pienso, lo escribo y no lo digo.
A veces no basta con desenchufar la televisión.